Son graciosas las críticas constructivas que los columnistas de Página/12 le hacen al gobierno. Al gobierno le faltó "cintura política", escribe Edu Aliverti. Mario Wainfeld va más lejos: Sin gestos conciliatorios, sin discernir en el variopinto frente agropecuario, la Presidenta facilitó que muchos de sus opositores se juntaran en su contra, algo que en política siempre conviene precaver. No siempre, diría yo.
Hay varias formas de construir un discurso político. Laclau y su mujer distinguieron hace algunos años entre discursos que engloban a todos los sectores políticos, y discursos que interpelan a algunos enfrentándolos con otros. La clase media acomodada y Joaquín Morales Solá piden lo primero, mientras que D'Elía se tira de cabeza en lo segundo, que es lo que caracteriza a los regímenes populistas (hay quien dice que no tanto, pero no la compliquemos acá).
Si uno construye poder a partir de la dicotomización del campo político, es decir, de la confrontación con un sector social específco (la "oligarquía"), lo más funcional a esa estrategia es que los opositores comiencen a actuar efectivamente como un bloque homogéneo. Así, en la medida en que pequeños propietarios rurales, sectores pudientes de la clase media y dirigentes políticos opositores aparecen todos ligados a un bloqueo de rutas apoyado por la Sociedad Rural, el gobierno consolida en un minuto su propio bloque "anti-oligárquico". Lejos de carecer de cintura política, Cristina jugó sus fichas de manera sumamente acorde a su propia estrategia: en su segundo discurso, después de haber acentuado el antagonismo con el campo, se mostró "dialoguista", dejando en falta a los beligerantes productores, a la vez que golpeó a los caceroleros por golpistas y enemigos de los derechos humanos. Se refuerza así la idea de que las protestan forman parte de una ofensiva golpista y reaccionaria. Y qué mejor para legitimar esa idea que tener al campo y a la Sociedad Rural, aliados históricos de los gobiernos militares, encabezando el frente opositor mediante un desabastecimiento de productos primarios con antecedentes golpsitas. Si al gobierno le simpatizaran los gestos conciliatorios, no hubiera mandado a D'Elía a ocupar la Plaza de Mayo (y encima lo metieron en un palco cuando habló Cristina, como para que las señoras de Barrio Norte se queden tranquilas).
En definitiva, no seamos salames. Hay varias maneras de construir poder, y tener enemigos puede ser una estrategia útil más que un "error". Insisto: volvamos al primer peronismo. Creo que con eso vamos a entender bastante de lo que está pasando.
Hay varias formas de construir un discurso político. Laclau y su mujer distinguieron hace algunos años entre discursos que engloban a todos los sectores políticos, y discursos que interpelan a algunos enfrentándolos con otros. La clase media acomodada y Joaquín Morales Solá piden lo primero, mientras que D'Elía se tira de cabeza en lo segundo, que es lo que caracteriza a los regímenes populistas (hay quien dice que no tanto, pero no la compliquemos acá).
Si uno construye poder a partir de la dicotomización del campo político, es decir, de la confrontación con un sector social específco (la "oligarquía"), lo más funcional a esa estrategia es que los opositores comiencen a actuar efectivamente como un bloque homogéneo. Así, en la medida en que pequeños propietarios rurales, sectores pudientes de la clase media y dirigentes políticos opositores aparecen todos ligados a un bloqueo de rutas apoyado por la Sociedad Rural, el gobierno consolida en un minuto su propio bloque "anti-oligárquico". Lejos de carecer de cintura política, Cristina jugó sus fichas de manera sumamente acorde a su propia estrategia: en su segundo discurso, después de haber acentuado el antagonismo con el campo, se mostró "dialoguista", dejando en falta a los beligerantes productores, a la vez que golpeó a los caceroleros por golpistas y enemigos de los derechos humanos. Se refuerza así la idea de que las protestan forman parte de una ofensiva golpista y reaccionaria. Y qué mejor para legitimar esa idea que tener al campo y a la Sociedad Rural, aliados históricos de los gobiernos militares, encabezando el frente opositor mediante un desabastecimiento de productos primarios con antecedentes golpsitas. Si al gobierno le simpatizaran los gestos conciliatorios, no hubiera mandado a D'Elía a ocupar la Plaza de Mayo (y encima lo metieron en un palco cuando habló Cristina, como para que las señoras de Barrio Norte se queden tranquilas).
En definitiva, no seamos salames. Hay varias maneras de construir poder, y tener enemigos puede ser una estrategia útil más que un "error". Insisto: volvamos al primer peronismo. Creo que con eso vamos a entender bastante de lo que está pasando.